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jueves, 16 de mayo de 2013

Recuerdo de Perú... Desde Ecuador


Video saliendo de Perú


No se que le pasa al Blog que no me deja poner los enlaces de mis videos de youtube como antes

La mayoría de vosotros intenta llevarse un recuerdo del lugar al que viajan; un imán para la nevera, un llavero, una foto en ese lugar mágico… y nosotros por supuesto no hemos sido menos. De Perú me llevo un llavero con una de las líneas de Nazca grabadas  sobre una piedra redondita, 35 fotos en lugares mágicos, un parche de los bomberos voluntarios de Guadalupe que me regaló el joven Giancarlo, una factura de los dos goteros que necesité y sarna. Sí, he dicho sarna. Lo que parecían unas simples picaduras de mosquitos o una reacción alérgica es sarna. Es normal cuando vas por los hoteles más baratos y nos guste o no, es la única opción que tenemos de realizar un viaje de esta envergadura. Pero sería injusto quedarme con ese recuerdo del maravilloso Perú. Me encanta este país y estoy seguro de que volveré algún día… eso sí, con más dinero para poder visitar una de las maravillas del mundo como es el Machu Pichu y mil cosas más.

Uno de esos momentos maravillosos, que hacen que uno se sienta dichoso, afortunado o incluso intimidado o ruborizadamente sorprendido fue cuando recibí un mensaje del anteriormente mencionado Giancarlo. Este joven de 18 años y estudiante de Dirección de Empresas tenía ilusión por conocerme y, que quereis que os diga, eso me sorprende. Si a alguien le hace ilusión que conozcan a uno, y está en mi mano, no dudo en pararme o acercarme. En este caso, solamente tenía que parar en la ruta y esperar que llegara. “Nos vemos en la Policía de Guadalupe”. Cuando llegué allí, que casi me paso, paramos frente al destacamento y un señor de uniforme salió inmediatamente. “Hola” Más que un simple saludo fue una intencionada forma de adivinar el motivo de nuestra visita. “Hola… aquí esperando a que llegue un amigo” a lo que el uniformado agente contesto para mi sorpresa “¿Fernando?...” Cara de culo automáticamente. Entró en el verde cuartel y desde la puerta me dijo que esperara un momento que mi amigo estaba por llegar. Frente a la policía, la universidad. Me giro por un momento y veo como dos chiquillos corren sonriendo, cruzando la carretera y sin parar de correr con feliz mueca hacia nosotros. “Deben ser ellos” pensé. Cuando llegaron al cuartel trescientos metros más tarde y con la respiración proporcional al sprint nos saludamos.
Curioseaban sobre el viaje, sobre nosotros y mil agradables preguntas con respuestas de un servidor. Chilitrini posaba mimosa para ellos tras recibir un alago tras otro. ¿Por qué tantas ganas de conocer al Búfalo? Ya a la ida quería conocerme pero no coincidimos. ¿Qué ven estos chicos en este loco con gafas azules? Que fácil es hacer feliz a alguien cuando está en la mano de uno. No entiendo a esos futbolistas que caminan cabizbajos hacia el autobús mientras niños y no tan niños vitorean su nombre, fue lo que pensé. Este gesto me trajo recuerdos de antaño. Cuando llegaban las carreras de Jerez, subíamos al puente que salta la autopista para ver “las motos grandes” pasar durante todo el día, pidiendo que pitaran. Cuando una pitaba gritábamos en júbilo. Y es que las motos son el juguete grande de los adultos y el deseo de los pequeños.
Al llegar al hostal y encender el pc, Giancarlo ya me había etiquetado en un porrón de fotos, pero lo que más me sorprendió, fue que según su texto, estaba feliz de haber conocido a unos viajeros de verdad y había sido unos de los días más felices de su vida. Mostrando una simple e indefensa pegatina y un pin del Búfalo que le regalé, como un gran tesoro. Tengo que reconocer que lloré al leer eso y Ojos Verdes no fue menos. Me emocioné muchísimo y desde aquí quiero darle las gracias y pedirle que por favor, no mienta más a sus profesores para ver a un viajero ni que involucre a la policía en ello… si el viajero vuelve a ser el Búfalo, intentaré llegar fuera del horario lectivo.



Y la vida siguió por esas carreteras y un desierto nos esperaba antes de cruzar a Ecuador. Lo peor que te puede ocurrir al cruzar un desierto, que es una recta, es que pinches y lo peor de lo peor, que lo hagas justo en medio. Pues eso es lo que hicimos nosotros. 185 km de caluroso desierto, con buen asfalto, pinchamos en el kilómetro 92,5. Si intentas que te salga así, no te sale ni poniendo clavos. Mire a un lado, miré a otro y que quereis que os diga… “Malo será que nadie pare” y por supuesto pararon, pero no era un 4x4 ni una “pick up”, no, paró un australiano con muchas ganas de ayudarnos. Sacó una cámara, una talla más y dijo… “I can do” Y le pregunté en su idioma que si estaba seguro de ello. “I,m Sure” y le dije en español “Picha, que quitar la rueda es fácil, el problema es ponerla” Y nos ayudó. La operación tardó algo más de dos horas mientras yo me decía.. “ cago en tó, yo lo sabía… ¡¡LO SABÍA!!” mientras le sonreía a él, mientras sudábamos como dos cerdos y Ojos Verdes, de manera inconsciente, se doraba en aquel horno natural. Pero de desagradecidos está el mundo lleno y yo no quiero ser uno de ellos y, aunque cuando conseguimos montar la rueda volvía a estar pinchada y sin freno, conseguimos llenarla y dando botes llegamos a la caótica ciudad, pero las cosas pasan por algo y antes de este paso… nos encontramos al chico varado en la cuneta… bueno, sólo su moto. Frené y volví. Buscaba sin éxito gasolina, así que me puse manos a la obra a manos de Chilitrini para encontrársela. Lo hice y, el hoy por ti y mañana por mi, se redujo al mismo día o incluso a la misma hora.
Nos esperaban en Guayaquil, y aunque parecía que jamás saldría del Perú, lo conseguimos y, una vez más, por la frontera equivocada. Sí, soy capaz de realizar la misma cagada más de una vez. En esa frontera, que llegamos un domingo, no había luz. No es que no hubiese, es que se había ido y con ello la imposibilidad de realizar nuestra gestión sobre la moto en la aduana. Aquello demoró la operación 2 horas, con ello el cierre de las gasolineras y llegar a Guayaquil sobre las 10 de la noche tras hacer unos 400 kilómetros donde recuerdo sólo tres rectas para no parecer exagerado o sufrir de Alzheimer.








Gabriel nos esperaba en “El Naranjal” y al viajar sin teléfono, fue un poco complicado dar con él pero finalmente lo conseguimos. De allí nos fuimos a su casa donde nos esperaba un cómodo colchón que había comprado para la ocasión. Y fue en Guayaquil, donde nos dijeron que traíamos un recuerdo del Perú. Un sarnazo del carajo, pero esa es otra historia.   


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