Suponer puede ser el error del viajero pero el aliado
del aventurero.
Ya de por si es una aventura
reiniciar un viaje de este modo, pero la monotonía del viaje y de tener las
cosas preestablecidas, estaba haciendo, de lo que debería ser un viaje
placentero, un viaje aburrido, monótono y cutre… un símil a la ruta 3 que sólo
son adornada por grandes personas. Tanto
fue así que en Potosí, Bolivia, me planteé mandarlo todo a tomar viento fresco.
Para mi sorpresa, fueron muchas las personas que me animaron a continuar
mediante las redes sociales. “Descansa un poco” “Es un privilegio lo que estáis
haciendo” y muchas cosas más. Leí todos los comentarios, los cuales agradezco
enormemente y de ahí lo de “Sois mi gasolina”.
Desayunaba en Potosí, solo
café ya que estoy a dieta y tengo que deciros que ya son 4,5 kilos los
perdidos, cosa que agradece la moto… pero a lo que voy… miré el café como quién
mira una bola de cristal y me pregunté ¿Continuo con esto? Mientras alzo la
mirada e increíblemente había una moto con una matrícula que ponía en grande…
“HAZLO” Sí, esa era la matrícula de una moto canadiense que se encontraba junto
la mía en medio del patio del albergue. Las cejas se extrañaron mientras un
escalofrío recorrió mi cuerpo. “HAZLO” me decía en rojo y en mi idioma. Sonreí
y miré a Ojos Verdes que estaba entristecida por mi decisión. “No tienes que
mirar tanto, ni preocuparte por mí, estoy aquí porque quiero” Me ha repetido
varias veces. – Vamos a intentar cruzar el salar juntos. Le espeté sin
contemplaciones. Al principio reacia pero le dije que no se preocupara, que
ahora estaba preparado y conocía la zona. Aquello era un paso para romper la
monotonía y el siguiente fue suponer que luego habría una carretera y si no la
había… pues ya se verá. Aceptó el reto y un viaje que se tornó gris, se volvió
blanco… como la sal.
Y lo hicimos, lo conseguimos
y ella alucinó con aquel manto salado que sonaba a cristal. Ahora se veía el
volcán, ahora se veía “La isla del pescado” ahora íbamos preparado.
Lo cruzamos y llegamos a
Llica, un pequeño pueblo Boliviano que aspira a parecerse a Uyuni, pero los
accesos son desastrosos, sus calles sin asfaltar y aunque parezca
contradictorio, me encantó. Y me encantó porque los carteles de los negocios no
estaban en inglés en un país de habla hispana, me encantó porque allí no había
ningún culo blanco como el mío comprando 4 gorritos para llevarlos a su país.
Me encantó porque no había hoteles, sólo dos estancias. Me encantó porque
estaba sin violar y porque sentí que lo que era un viaje, se había convertido
en una aventura.
Nos dijeron que llamáramos a
una puerta y al rato, nos abrió Leucalia, una señora que dice tener entre 85 o
90 años, que no se acuerda. Dormimos en su estancia por 3 euros cada uno y con
la oportunidad de hablar con ella, de cómo vivía y como vivió. Nos contaba que
aún iba al campo a trabajar para poder comer y que la vida, no era eterna.
Nos
explicó por donde teníamos que ir a Chile, lo corroboramos con otros vecinos y
aquí llegó el resultado de aquella suposición, enemiga del viajero y aliada del
aventurero. No era una carretera, era un carril. No eran 30 kilómetros, eran
60. Después de aquella hermosa paliza; hermosa porque el desértico paisaje con
montaña nevada de fondo, mientras las Llamas pastaban a sus pies, hacían de
bálsamo por aquella infernal pista que ansiaba por desmontar la moto,
descaderar a Ojos Verdes y poner a prueba mis tríceps. Llegamos la supuesta
frontera que realmente no lo era. No, no lo era, era una frontera peatonal en
la que estaba prohibida pasar a territorio chileno en un vehículo motorizado.
Los carabineros del pequeño
cuartel de aquel pueblo de 15 habitantes, llamaron a la frontera, para
avisarles de que íbamos para allá, y mientras esperábamos la confirmación de
dicha frontera, nos invitaron a comer. Nos mirábamos y sonreíamos. ¿Quién nos
lo iba a decir? Nadie. Pasamos y la mesa lucía una gran fuente de carne de
cerdo, pollo, salchichas y jugoso chorizo. No se sentaron en la mesa, hasta que
lo hicimos nosotros. Les dije que llevaba desde Uyuni sin repostar y que para
llegar a la frontera oficial, no tenía gasolina. Pero allí usaban diesel y no
podía ayudarme… o sí. Al no haber gasolina en unos 80 km a la redonda,
decidieron acercarnos, un largo tramo, para que pudiésemos llegar con lo que
teníamos… y menos mal. El sinuoso carril, estaba empedrado a más no poder y
para llegar a la frontera, deduzco que hubiésemos necesitado más de 4 horas
para hacer los 90 km. Subimos a Chilitrini en un 4x4 e hicimos la parte más
jodida pero preciosa del trayecto. Nos trataron genial todos los chicos del
destacamento. Bajamos la moto del todoterreno y nos despedimos con un abrazo.
Les regalé unas pegatinas del Búfalo y uno de ellos sacó de su bolsillo un
parche bordado de los carabineros de Chile, detalle que no se encuentra en
tiendas y que guardo como tesoro de este viaje, que gracias a la suposición,
toma matices de aventura.
Menudo curro! Felicidades! Son muy amenos los videos!!1
ResponderEliminarQue hermoso todo. Perfecto todo, ue increible como las cosas se van solucionando y disfrutando cuando hay buena gente. Adelante que desde aqui voy disfrutando de su viaje. Abrazos
ResponderEliminarCómo mola!!!!
ResponderEliminarsimplemente, del putas!!!
ResponderEliminaraqui estamos de servicio y echandote el vistazo, animo maquina. by Bomber Torremolinos
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