Video saliendo de Perú
No se que le pasa al Blog que no me deja poner los enlaces de mis videos de youtube como antes
La mayoría
de vosotros intenta llevarse un recuerdo del lugar al que viajan; un imán para
la nevera, un llavero, una foto en ese lugar mágico… y nosotros por supuesto no
hemos sido menos. De Perú me llevo un llavero con una de las líneas de Nazca
grabadas sobre una piedra redondita, 35
fotos en lugares mágicos, un parche de los bomberos voluntarios de Guadalupe
que me regaló el joven Giancarlo, una factura de los dos goteros que necesité y
sarna. Sí, he dicho sarna. Lo que parecían unas simples picaduras de mosquitos
o una reacción alérgica es sarna. Es normal cuando vas por los hoteles más
baratos y nos guste o no, es la única opción que tenemos de realizar un viaje
de esta envergadura. Pero sería injusto quedarme con ese recuerdo del
maravilloso Perú. Me encanta este país y estoy seguro de que volveré algún día…
eso sí, con más dinero para poder visitar una de las maravillas del mundo como
es el Machu Pichu y mil cosas más.
Uno de esos
momentos maravillosos, que hacen que uno se sienta dichoso, afortunado o
incluso intimidado o ruborizadamente sorprendido fue cuando recibí un mensaje
del anteriormente mencionado Giancarlo. Este joven de 18 años y estudiante de
Dirección de Empresas tenía ilusión por conocerme y, que quereis que os diga,
eso me sorprende. Si a alguien le hace ilusión que conozcan a uno, y está en mi
mano, no dudo en pararme o acercarme. En este caso, solamente tenía que parar
en la ruta y esperar que llegara. “Nos vemos en la Policía de Guadalupe”. Cuando
llegué allí, que casi me paso, paramos frente al destacamento y un señor de
uniforme salió inmediatamente. “Hola” Más que un simple saludo fue una
intencionada forma de adivinar el motivo de nuestra visita. “Hola… aquí
esperando a que llegue un amigo” a lo que el uniformado agente contesto para mi
sorpresa “¿Fernando?...” Cara de culo automáticamente. Entró en el verde
cuartel y desde la puerta me dijo que esperara un momento que mi amigo estaba
por llegar. Frente a la policía, la universidad. Me giro por un momento y veo
como dos chiquillos corren sonriendo, cruzando la carretera y sin parar de
correr con feliz mueca hacia nosotros. “Deben ser ellos” pensé. Cuando llegaron
al cuartel trescientos metros más tarde y con la respiración proporcional al
sprint nos saludamos.
Curioseaban
sobre el viaje, sobre nosotros y mil agradables preguntas con respuestas de un
servidor. Chilitrini posaba mimosa para ellos tras recibir un alago tras otro.
¿Por qué tantas ganas de conocer al Búfalo? Ya a la ida quería conocerme pero
no coincidimos. ¿Qué ven estos chicos en este loco con gafas azules? Que fácil
es hacer feliz a alguien cuando está en la mano de uno. No entiendo a esos futbolistas
que caminan cabizbajos hacia el autobús mientras niños y no tan niños vitorean
su nombre, fue lo que pensé. Este gesto me trajo recuerdos de antaño. Cuando
llegaban las carreras de Jerez, subíamos al puente que salta la autopista para
ver “las motos grandes” pasar durante todo el día, pidiendo que pitaran. Cuando
una pitaba gritábamos en júbilo. Y es que las motos son el juguete grande de
los adultos y el deseo de los pequeños.
Al llegar
al hostal y encender el pc, Giancarlo ya me había etiquetado en un porrón de
fotos, pero lo que más me sorprendió, fue que según su texto, estaba feliz de
haber conocido a unos viajeros de verdad y había sido unos de los días más
felices de su vida. Mostrando una simple e indefensa pegatina y un pin del
Búfalo que le regalé, como un gran tesoro. Tengo que reconocer que lloré al
leer eso y Ojos Verdes no fue menos. Me emocioné muchísimo y desde aquí quiero
darle las gracias y pedirle que por favor, no mienta más a sus profesores para
ver a un viajero ni que involucre a la policía en ello… si el viajero vuelve a
ser el Búfalo, intentaré llegar fuera del horario lectivo.
Y la vida
siguió por esas carreteras y un desierto nos esperaba antes de cruzar a
Ecuador. Lo peor que te puede ocurrir al cruzar un desierto, que es una recta,
es que pinches y lo peor de lo peor, que lo hagas justo en medio. Pues eso es
lo que hicimos nosotros. 185 km de caluroso desierto, con buen asfalto,
pinchamos en el kilómetro 92,5. Si intentas que te salga así, no te sale ni
poniendo clavos. Mire a un lado, miré a otro y que quereis que os diga… “Malo
será que nadie pare” y por supuesto pararon, pero no era un 4x4 ni una “pick
up”, no, paró un australiano con muchas ganas de ayudarnos. Sacó una cámara,
una talla más y dijo… “I can do” Y le pregunté en su idioma que si estaba
seguro de ello. “I,m Sure” y le dije en español “Picha, que quitar la rueda es
fácil, el problema es ponerla” Y nos ayudó. La operación tardó algo más de dos
horas mientras yo me decía.. “ cago en tó, yo lo sabía… ¡¡LO SABÍA!!” mientras
le sonreía a él, mientras sudábamos como dos cerdos y Ojos Verdes, de manera
inconsciente, se doraba en aquel horno natural. Pero de desagradecidos está el
mundo lleno y yo no quiero ser uno de ellos y, aunque cuando conseguimos montar
la rueda volvía a estar pinchada y sin freno, conseguimos llenarla y dando
botes llegamos a la caótica ciudad, pero las cosas pasan por algo y antes de
este paso… nos encontramos al chico varado en la cuneta… bueno, sólo su moto.
Frené y volví. Buscaba sin éxito gasolina, así que me puse manos a la obra a
manos de Chilitrini para encontrársela. Lo hice y, el hoy por ti y mañana por
mi, se redujo al mismo día o incluso a la misma hora.
Nos
esperaban en Guayaquil, y aunque parecía que jamás saldría del Perú, lo
conseguimos y, una vez más, por la frontera equivocada. Sí, soy capaz de
realizar la misma cagada más de una vez. En esa frontera, que llegamos un
domingo, no había luz. No es que no hubiese, es que se había ido y con ello la
imposibilidad de realizar nuestra gestión sobre la moto en la aduana. Aquello
demoró la operación 2 horas, con ello el cierre de las gasolineras y llegar a
Guayaquil sobre las 10 de la noche tras hacer unos 400 kilómetros donde
recuerdo sólo tres rectas para no parecer exagerado o sufrir de Alzheimer.
Gabriel nos
esperaba en “El Naranjal” y al viajar sin teléfono, fue un poco complicado dar
con él pero finalmente lo conseguimos. De allí nos fuimos a su casa donde nos
esperaba un cómodo colchón que había comprado para la ocasión. Y fue en
Guayaquil, donde nos dijeron que traíamos un recuerdo del Perú. Un sarnazo del
carajo, pero esa es otra historia.
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